La vida nos pone constantemente ante situaciones en las que actuar. De una forma más o menos consciente vamos tomando decisiones acerca de cómo hacerlo. Nos ponemos en acción y/o nos quedamos paralizados (ten en cuenta que quedarse paralizado también es una manera de actuar). Decidimos actuar o evitar la situación.
Cada uno percibimos la situación de una forma y eso condiciona nuestra respuesta. Es decir, ante el mismo hecho, diferentes personas van a dar diferentes respuestas. Pero, podríamos decir que hay dos grandes formas de manejar las dificultades: acción o evitación. O podemos decirlo de otra manera, hay quienes tienen un estilo de afrontamiento activo y otros un estilo de afrontamiento evitativo.
A todos nos gustaría que ante un conflicto pudiésemos gestionarlo con serenidad, firmeza y expresarnos de forma asertiva. Sin embargo, en numerosas ocasiones sentimos temor, inquietud y malestar ante esa situación y esto hace que la evitemos.
¿Qué es la evitación?
La evitación es una manera de actuar, o mejor dicho una manera de no actuar. Suele ocurrir ante situaciones que nos generan incomodidad, malestar y/o estrés.
Podemos identificar tres tipos de evitaciones:
- Evitación cognitiva: es el pensamiento el que interviene, es decir, evitamos pensar sobre todo aquello que nos hace sentir mal. No dedicamos tiempo a valorar el problema y reflexionar sobre él para encontrar la manera de cómo afrontar. Es habitual que nos digamos “Prefiero no pensarlo”. Sin embargo, no pensar no resulta nada fácil y la persona busca vías de escape. Por ejemplo, dedicamos excesivo tiempo en estar en redes sociales para evadirnos.
- Evitación conductual: esta es la más frecuente y la que más fácil nos resulta de identificar. Ya que se trata de una respuesta de inacción. Por ejemplo, no hablamos en público, no damos nuestra opinión en una conversación, no nos subimos a un avión, etc.
- Evitación emocional o experiencial: este tipo de evitación no resulta evidente para los demás, incluso también es complicado en algunas ocasiones detectarlo para nosotros mismos. Este tipo de evitación emocional hace referencia a evitar sentir las emociones displacenteras (miedo, angustia, ira, rabia, enfado…). Para evitarlas la persona a menudo recurre a conductas poco saludables. Me parece importante destacar que las conductas evitativas, si las mantenemos en el tiempo van a afectar a nuestra vida y pueden llegar a convertirse en problemas más o menos incapacitantes.
Aprender de la evitación emocional
Me parece fundamental que aprendamos a comprender nuestras formas de evadirnos ya que puede resultarnos muy reveladora esta información. Normalmente vamos a necesitar ayuda externa para ser consciente de esta situación y superar la inercia de evitación emocional a la que estamos acostumbrados.
Algunos autores describen cinco estrategias que utilizamos para no sentir y evadir nuestras emociones:
- No prestar atención a nuestros pensamientos: prefiero dedicar tiempo a pensar sobre los problemas de otros antes que dedicar tiempo a pensar acerca de nuestros propios pensamientos.
- Evitar aquellas situaciones o personas que nos activan a nivel emocional: por ejemplo, evitar determinados encuentros grupales para no afrontar mi dificultad de relación.
- Sustituir emociones que no quiero sentir por otras más: por ejemplo, uso mi enfado o mi rabia para alejarme de sentir tristeza y miedo.
- Anestesiarme a nivel emocional: por ejemplo, evito toda la energía que active mi cuerpo y que con ello se despierten emociones incomodas.
- Vivir en la autoexigencia y en mi zona de confort: por ejemplo, dar vueltas y vueltas a proyectos y no acabarlos con el argumento de que no son suficientemente buenos. De esta forma evito sentir fracaso o éxito.
¿Por qué es importante identificar nuestra tendencia a la evitación?
Tener conocimiento de ella nos permite cambiar. Es decir, cuando somos conscientes de nuestro funcionamiento y nuestra forma de actuar nos va a permitir hacer algo para cambiarlo. Además, si conoces las consecuencias que tiene evitar ciertas situaciones nos va a predisponer al cambio.
Es de sobra conocido que las tendencias evitativas nos van a limitar. Por ejemplo, algunos problemas como la ansiedad social se mantienen como una consecuencia de una tendencia evitativa sostenida en el tiempo.
¿Qué características tienen las personas con tendencia a la evitación?
- Menor desarrollo de sus propias habilidades, recursos personales y/o fortalezas.
- Miedo a sentir emociones desagradables. Ya que sienten que no son capaces de gestionarlas y las evitan de modo automático.
- Rechazo a sentir emociones intensas en ellos y en los demás.
- Baja capacidad de autorregulación.
- Baja autoconfianza. La persona no cree en que tiene capacidades propias para gestionar sus problemas o situaciones que le resultan complicadas.
- Baja resiliencia ante la adversidad. La persona se siente frágil e impotente ante una situación incómoda o problemática.
- Piensa que los problemas son algo terribles y excepcionales. Esto le lleva a sentirse amenazado y bloqueado ante este tipo de situaciones.
En resumen, la evitación va a limitar y alterar tu vida. La tendencia a la evitación se relaciona con otros factores psicológicos (pensamientos, conductas y emociones). Por eso, resulta complejo entender el funcionamiento de la evitación y, sobre todo, resulta muy complicado cambiar de un estilo de afrontamiento evitativo a otro más activo. Sin embargo, a través de la terapia psicológica vamos a determinar qué te ha llevado a utilizar este tipo de afrontamiento y trabajaremos en sustituirlo por otro más saludable y eficaz. Mediante la terapia psicológica entrenaremos estrategias más adaptativas de afrontamiento que potenciaran tus recursos personales y que te ayudaran a resolver tus dificultades emocionales y mejorar tu salud mental.
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